23 mayo 2009

haciendo la cama


Un día hice tu cama y vos no estabas.
Y traté de ser prolijo, tendí las sábanas con delicadeza -con la poca que tengo para esas cosas-.
Y me concentré, y las sacudí, tomé las puntas y las desplazé a sus respectivas esquinas.
Y tu perrito mirába algo extrañado desde la puerta.
Y las agujas amenzaban tu presencia.
Los colores de edredones y naranjas y perfumes de cuerpos se entremezclaban y completaban la atmósfera de esa habitación. De tu habitación.
Y mi mente bailó sin música ni pareja y salió por mis ojos y me abandonó.
Y tu cama seguía deshecha y tu perrito miraba y el bebé del vecino lloraba y afuera las grúas construían y los otros pisos ya tenían sus camas perfectamente planchadas y yo estaba sin mi mente y sin ti.
Y la cama que no se hacía y el tiempo transcurría el sol ya no esperaba y la luz en la ventana se filtraba y vos todavía no llegabas
Tu perrito ya había perdido las esperanzas en mi ¡y yo sin mente!, sin música y bailando con las sábanas en las manos, las almohadas preocupadas, la meta no lograda la ducha vacante, desayunos no comidos y cafés olvidados.

Y meses más tarde, ya en mi casa, ya sin tu cuerpito, en mi condenada reclusión estudiantil, en mi desorden corporativo y planificado,
ya ese día habría de volver a tomar las ya olvidadas sábanas de mi cama, desechas desde el comienzo de los tiempos
Ya ese día volvería -por un ratito- a tomar venganza, a tu cama, a esa danza, a ese exilio mental asonoro tan cálido y reconfortante.
Ya tendría una sonrisa inexplicable y sostenida.
Tu perrito (5 futuras horas dormido) estaría otra vez aburrido de ver mi eterno fracaso en tratar de hacer la cama.

Y vos.
Sí, vos.
Vos estarás por llegar.
Y en cualquier momento golpeas a la puerta.

Y otra vez la cama sin hacer.